jueves, 21 de agosto de 2008
De los últimos mensajes presidenciales que tengamos memoria, nunca antes habíamos escuchado a un primer mandatario peruano referirse a un aspecto que atañe directamente con el ámbito del alma, con el ámbito de lo inmaterial, con el ámbito de aquello que justamente ningún legislador o magistrado puede a través de normas, leyes o códigos, gobernar: el alma.
El estado puede regular la economía, los precios, el tipo de cambio, las tasas de interés. El estado puede tratar de reformar el poder judicial o aplicar una reforma tributaria, pero ¿puede el estado reformar el alma?
Obviamente, es una tarea que atañe a todos, y en particular a cada uno de nosotros. No podemos tratar únicamente de satisfacer las necesidades materiales del ser humano, sino también cubrir su ser interior.
Reformar el alma, no es otra cosa que replantearnos como peruanos una nueva y mejor calidad de vida que empiece en lo más intimo de nuestro ser y se refleje en nuestra vida, en nuestra familia y en nuestra sociedad.
¿Pero quienes debemos sentirnos convocados para cumplir esta tarea? ¿Para quienes va el desafío y el reto de iniciar esta revolución espiritual en nuestras conciencias?
La respuesta no se deja esperar, pues se trata de una tarea que compete a quienes por años hemos venido predicando la salvación del alma, a quien por años hemos venido difundiendo el mensaje de cristo, quien en los evangelios nos recuerda que "de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre" (Marcos 7:21-23).
Por ello, no pueden los indicadores del crecimiento económico del país, la inflación controlada, el aumento de nuestras exportaciones, o el incremento en la venta de cemento o de celulares en el Perú etc., llevarnos a concluir que la sociedad peruana ha mejorado o que ha logrado el grado o categoría de prosperidad y felicidad por todos ansiada, pues aun en nuestra agenda nacional está pendiente de ser reformado algo más importante, el alma, a que algunos llamamos “sanidad interior”.
Queda pues a las iglesias y a nosotros como pueblo cristiano reformularnos un nuevo y serio desafío, e iniciar la gran cruzada de reformar el alma de los peruanos, poniendo primeramente en evidencia nuestros pecados nacionales: la corrupción, la falta de autoridad, la impunidad etc.
Siendo además, autocríticos de nuestra propia mal llamada “idiosincracia nacional” que se refleja en cada calle, en cada semáforo, en cada tardanza o en cada acto irresponsable en la cual incurrimos cotidianamente.
Queda en cada peruano desterrar las taras sociales que afectan la sociedad y nos han llevado la depreciación de nuestra tabla de valores y se reflejan en la violencia doméstica, en la “cultura chicha” o la llamada “cultura bamba” que adultera y falsifica todo y nos hace cada vez, menos auténticos.
La constitución política del estado en su primer artículo afirma que la persona humana es el fin supremo de la sociedad y del estado.
Es a esa persona humana a la que debemos transformar en su integridad con el evangelio de cristo, evangelio que se constituye en la única herramienta útil para enseñar, corregir, redargüir, instruir y hacernos aptos para toda buena obra.
Es hora ya que el liderazgo de la iglesia se sienta convocado a asumir este reto, que llega como un clamor de parte de nuestros gobernantes y empecemos de una vez por todas con la gran cruzada de reformar el alma de los peruanos. (Dr. Moisés Miranda)
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